Cuando éramos niños, nuestros padres siempre nos
reprendían diciéndonos: ¡sé responsable!
Toma responsabilidad de lo que haces. Para nosotros significaba que si
teníamos tareas o deberes que hacer o si querían que estuviéramos en casa antes
de la cena, entonces teníamos que ser responsables y cumplir con lo que nos
decían y no entretenernos o, peor aún, andar con dilaciones hasta tal punto que
al final nunca las terminábamos y acabábamos teniendo que hacerlas a todo
correr.
Yo solía decirle a uno de mis hijos,
cuando acudía a mí en el último momento con un trabajo que no había escrito o
un proyecto que no había planificado adecuadamente: tu falta de
planificación no es mi emergencia (este dicho lo encontré en algún artículo).
Sin embargo, asumir
responsabilidad de uno mismo no
consiste en esto.
Una cosa es ser responsable de las
cosas de la vida, como descrito más arriba, y otra cosa es asumir
responsabilidad de uno mismo. Ambos tipos de responsabilidad forman
parte de un comportamiento responsable, pero el segundo se entiende mucho menos
y no es tan común que se ponga en práctica.
Asumir responsabilidad de uno mismo
significa literalmente decidir ser responsable de todo lo que pase en el
interior de uno. Me apresuro
a añadir, no obstante, que no somos responsables de todo lo que nos ocurre. Eso
no se puede controlar. Si vives en un estado policial y te detienen de forma
arbitraria, o si vives en una zona con riesgo de huracanes u otros desastres
naturales, o si vives en un país del tercer mundo donde hay pobreza y hambre
virulentas, o si procedes de la etnia o religión equivocada (conforme a
los poderes existentes) y estás sujeto a acoso o algo peor, está claro que no
puedes atribuirte responsabilidad de semejantes acontecimientos.
Sin embargo puedes asumir, sin la
menor duda, responsabilidad de tu modo de reaccionar a todo eso y, por lo
tanto, puedes asumir responsabilidad de cómo te sientes respecto a ello, de tu
situación en medio de tal confusión y caos. En consecuencia, y dicho en dos
palabras, tienes control sobre tu vida. Mientras tengas el control de lo que
ocurre en tu interior, lo que ocurra en el exterior tendrá mucha menos
importancia.
Trasladando
todo esto al terreno de acontecimientos y experiencias mucho más normales,
podemos comprender cómo podemos empezar a tomar el control de gran parte de lo
que nos agobia y nos asedia, asumiendo responsabilidad de nosotros mismos:
- tu jefe acaba de ascender a otro pasando por
encima de ti
- el banco ha denegado tu solicitud de préstamo
- el hombre/mujer a quien amas acaba de dejarte
- la chica a la que invitaste salir después de mucho
debate interior a
causa de tu miedo al rechazo, ha dicho que tiene novio
- llovió toda la semana que pasaste de vacaciones
en Hawái
- diez editoriales han rechazado tu manuscrito
- han puesto en lista de espera tu solicitud de acceso a la universidad
Si esa explicación es suficiente
para ti, entonces estás dispuesto a ceder el control sobre tu estado de
bienestar a un acontecimiento u otra persona. Esto equivale a decir que no
tienes el control de tu bienestar. ¿Cómo puedo tenerlo cuando me han ocurrido
estas cosas? Puedes tener el control de tu estado de bienestar decidiendo
tenerlo. Así de sencillo.
Toma la decisión de que en el
futuro, cuando ocurran cosas que normalmente te disgustan, considerarás todas
las posibilidades, todas las alternativas de reacción que tengas a tu disposición. Entre todas
estas alternativas, una de ellas siempre va a ser:
- Puedo elegir no disgustarme
- Puedo elegir permanecer tranquilo
- Puedo elegir mantener la calma
- Puedo elegir permanecer de buen humor
- Puedo elegir negarme a permitir que esta persona
o este acontecimiento me incomode
- Puedo elegir crecer gracias a esto
- Puedo elegir ver esto como una situación de la
que aprender y sacar algo positivo para avanzar hacia el siguiente lugar
de mi vida
- Puedo elegir sonreír
- Puedo elegir alejarme de esta situación
- Puedo elegir reírme
- Puedo elegir creer en mi propio valor como ser
humano maravilloso
- Puedo elegir dejar a esta persona ser como es y
darme cuenta de que su manera de pensar o su comportamiento no dicen nada
en absoluto sobre mí
- Puedo elegir no preocuparme (porque preocuparse
nunca ha servido para resolver nada en absoluto)
- Puedo elegir estrechar la mano
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