Ya se encuentra a la venta en español el primero de mis libros: «Reconectar con el Alma» (Rewiring the Soul). Fue bestseller en inglés, y ya está disponible en español (y alemán) en Amazon en todo el mundo como libro bolsillo y en la versión de E-book Kindle.
En la entrada The Mind is Not the Brain (la mente no es el cerebro) de
mi blog en inglés mencioné al Dr. Norman Doidge. Hoy, me refiero de nuevo a él
para explorar con un poco más de énfasis su excelente libro, El cerebro se cambia a sí mismo.
El tema principal del libro es la
neuroplasticidad, que según el propio Doidge tiene que ver con «el
descubrimiento revolucionario de que el cerebro humano puede cambiarse a sí
mismo».
El autor explica que la creencia de que el
cerebro no podía cambiar procedía de tres fuentes principales:
El hecho de que los pacientes
con daños cerebrales muy rara vez podían recuperarse por completo.
Nuestra incapacidad para
observar las actividades microscópicas del cerebro vivo,
La idea, que data de comienzos
de la ciencia moderna, de que el cerebro es como una máquina prodigiosa. Si
bien las máquinas hacen muchas cosas extraordinarias, no pueden cambiar y
crecer.
Doidge escribió un libro repleto de historias
de personas que fueron capaces de cambiar sus cerebros para adaptarse a una
situación que ya no les permitía vivir sus vidas como lo habían hecho hasta
entonces.
Un ejemplo que viene al caso es el de una
mujer que no podía guardar el equilibrio debido a un antibiótico que le habían
recetado y que alteró su sistema de equilibrio. Muchas personas así se
suicidaban porque el problema no tenía cura. Con la ayuda de lo que Doidge
denomina expertos neuroplásticos (los
que trabajan con el concepto de que el cerebro es capaz de cambiarse a sí
mismo), el cerebro de esta mujer pudo experimentar cambios a tal extremo que ya
no volvió a tener ninguna dificultad para guardar el equilibrio.
Según Doidge, estos expertos neuroplásticos demostraron que:
Los niños no siempre están
atascados en las capacidades mentales con las que nacen.
El cerebro dañado puede a menudo
reorganizarse él solo de manera que, cuando una parte falle, otra pueda
sustituirla.
Si mueren células cerebrales, en
ocasiones pueden ser sustituidas.
Muchos “circuitos” e incluso
reflejos básicos que pensamos que están “soldados” no lo están.
Otro ejemplo citado por Doidge es el de que
hoy sabemos que somos capaces de cambiar la anatomía de nuestro cerebro
simplemente usando nuestras imaginaciones, gracias al trabajo del español
Álvaro Pascual-Leone, jefe del Centro Médico Beth Israel Deaconess, en Harvard.
Doidge cuenta:
«Conocí a un científico que hacía que personas ciegas de nacimiento
empezaran a ver; a otro que hacía que los sordos oyeran; hablé con gente que,
habiendo tenido infartos cerebrales décadas atrás y habiendo sido declaradas
incurables, recibieron ayuda para recuperarse mediante tratamientos neuroplásticos;
conocí a gente que vio sus trastornos del aprendizaje curarse y sus cocientes
intelectuales incrementarse; encontré evidencia de que es posible que las
personas de 80 años perfeccionen la memoria para que funcione como lo hacía
cuando tenían 55; vi a personas que remodelaron sus cerebros con los
pensamientos para curar obsesiones y traumas que previamente eran incurables;
hablé con nobeles que debatían fervientemente sobre el hecho de que debemos
repensar el modelo del cerebro ahora que sabemos que cambia constantemente».
Lee este libro, te cambiará tu manera de
pensar.
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Todos deseamos que el mundo fuera un lugar
mejor. Todos miramos al constante bombardeo de tragedia y horror que nos sirven
con el desayuno en las pantallas de nuestros televisores. Vemos como la crisis económica nos desborda
de preocupación y estrés, cayendo en espiral en una recesión que ya ha sido
reconocida por los principales portavoces de los gobiernos como un hecho
consumado, dejando de ser algo que podría estar rondando el horizonte.
Oímos las cifras globales diarias de niños
que mueren de hambre, los millones de personas que mueren de SIDA o de malaria,
y vemos el continuo derramiento de sangre,limpieza étnica, terroristas
suicidas… la cosa no parece tener fin.
Apagamos las noticias asqueados, indignados,
destrozados, y sobre todo horrorizados porque parecemos tan inútiles para hacer
que las cosas cambien.
Pasamos a nuestras vidas diarias y de repente
afrontamos la banalidad de no ser menos
que el vecino; nos damos cuenta de que estamos tirando a la basura comida
en perfecto estado; nos damos cuenta de que nuestro SUV chupa gasolina; nos
damos cuenta de que nuestros hijos empiezan a mostrar un interés desmedido por
el consumismo; nos damos cuenta de que
nos gastamos más en una comida en un buen restaurante que lo que tienen
muchas personas para vivir un mes entero o más; afrontamos preocupados los
dictados en moda de esta temporada según una reluciente revista exageradamente
cara; y reconocemos que se está gestando una conciencia que no se siente bien,
una conciencia que nos dice que tenemos que hacer algo.
Así que, para calmar esa conciencia y
hacernos sentir mejor, enviamos un cheque a una organización caritativa, o
patrocinamos a un niño de un país en el que nuestro dinero vale cincuenta veces
más, o hacemos alguna actividad de voluntariado, o donamos un poco de nuestro
tiempo a un comedor social, y luego, para calmar más esa conciencia culpable,
nos damos una vuelta por las vidas de personas que escapan a nuestra propia
órbita, que viven en un extremo lejano del universo, viajan en jets privados y
yates de lujo y que están de vacaciones más tiempo del que trabajan, y que se
gastan 7000 € en un bolso o 250.000€ en un coche y veinte millones en una casa
nueva.
Volvamos a la premisa inicial: un mundo
fracasado, un mundo que necesita el cambio para volverse mejor…
¿Qué tal… si cambiaras tú? Empieza por ahí. Ese sería el ejemplo
que dar a aquellas personas cuyas vidas están en contacto contigo. Tarde o
temprano, ellos empezarán también sus propios procesos de cambio, y el efecto
dominó continuará y sus dimensiones crecerán en progresión geométrica. Es como
el marketing multinivel o las estafas piramidales, salvo que en este caso sí
que hay una olla de oro al final del
arcoíris.
Si todos aportamos nuestro grano de arena, si
todos trabajáramos en convertirnos en
seres humanos mejores, no sólo gastando más en caridad o dando más a la
Iglesia o reciclando o teniendo una mayor conciencia ecológica o trabajando más
en voluntariado o ayudando a recaudar más fondos para todavía más niños
enfermos y hambrientos, sino haciendo más
para trabajar realmente en nosotros mismos con el fin de que, como seres
humanos, reconozcamos que de verdad todos los que pisamos este planeta somos
uno… Todas las actividades indicadas están bien, pero simplemente no es suficiente, y nunca ha sido suficiente para cambiar sustancialmente el orden del
mundo. No podemos dejar que otro muera de hambre, por enfermedad o por
derramamiento de sangre, ni podemos permitir que los niños de países más allá
de nuestras fronteras crezcan sin educación. Si de verdad somos todos uno, tenemos que trabajar en todas las partes de
nosotros que no creen todo eso y que tal vez no quieran que sea verdad.
Tenemos que mirar todos muy dentro de
nosotros. Este mundo solo cambiará si todos empezamos ese cambio cambiándonos a
nosotros.
Como dijo Gandhi, «sé el cambio que quieres
ver en el mundo».
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Un atleta olímpico resbala justo
antes de cruzar la línea de meta y pierde la carrera más importante de su vida.
Un joven que, después de superar innumerables fases de un concurso de
ortografía, en la última competición en la que participa comete un error por
descuido y queda en segundo lugar, por lo que no puede participar en el
campeonato estatal. Una mujer que ha pasado los seis últimos años de su vida
esperando, contra toda esperanza, que el hombre con el que sale finalmente se
decida a comprometerse con ella, es dolorosamente abandonada por él en
presencia de los amigos y conocidos comunes. Una mujer que engaña a su marido
no una sino cuatro veces. Tu socio de negocios se marcha dejándote deudas por
valor de medio millón de euros. Te diagnostican problemas de corazón justo
cuando pensabas que tu vida ya estaba solucionada y podías disfrutar de unos
años de jubilación en paz y felicidad. El cáncer golpea, la muerte golpea, la
tragedia golpea y eso hace que la mayoría de nosotros nos preguntemos: ¿Por qué a mí?
Las injusticias de la vida
«De alguna
manera, esto es tan injusto, tan inmerecido… el destino podría haberme ahorrado
este mal trago» –dices, sollozando– «¿Por
qué tiene que pasarme esto a mí? Ojalá…» y así sucesivamente. «Mi vida era perfecta hasta que ocurrió esto»,
te dices a ti mismo. Por culpa de esto,
todo lo demás ha dejado de funcionar, o se coloca en un segundo plano hasta que
esto esté solucionado… si es que
alguna vez se resuelve.
«Tal vez otras personas no se
cuidan, comen comida basura, fuman y beben, se merecen estar enfermos, pero no
yo… Yo como alimentos saludables… Hay personas que no se entrenan para
competir, no se merecen ganar, mientras que yo entreno a diario… Otras personas
no estudian sus presupuestos ni controlan los gastos, así que si tienen un
desastre financiero, es por su culpa, pero no es mi caso… Yo controlo todo eso
perfectamente. Quizá otras personas no traten bien a sus esposas, y se merecen
que les engañen, pero no yo, yo soy una buena persona…» Y así sucesivamente.
De esta manera nos justificamos a
nosotros mismos lo injusto que es la calamidad o tragedia que nos golpeó, y que
de ninguna manera nos merecemos. Clamamos contra lo que nos ha ocurrido y contra
los cambios imprevisibles que necesariamente ha forjado en nuestras vidas. Nos
concentramos en todos los aspectos negativos… aunque por supuesto, si has
recibido un diagnóstico de cáncer, o has perdido a tu cónyuge, tu fortuna, o el
trabajo, sería difícil encontrar algo positivo que decir al respecto.
Mi profesión me permite estar en
contacto con muchas personas que me cuentan cosas terribles de sus vidas. Sus
historias están legítimamente llenas de dolor, tristeza, desesperación, ira,
culpa, resentimiento, celos, pérdidas, desilusión y miedo. Mi corazón está con
ellos… no tanto por el contenido de sus
historias, sino porque no tienen por qué sentirse de esta manera; comprender y
aprender la verdad que hay en esas palabras es, con frecuencia, una de las
cosas más difíciles que suelo pedir a mis clientes. Pero una vez que lo
consiguen, la vida se hace infinitamente más fácil.
Entonces, ¿cuál es la alternativa a sentirse de esta manera, a
tener este dolor tan desgarrador en tu vida?
Cómo llegar a la posibilidad de
elegir
Cuando estás lleno de dolor o de
cualquiera de esas emociones terribles a las que se hace referencia en el
último párrafo, te sientes, evidentemente, desdichado, deseando que las cosas fuesen
diferentes, lamentando tu suerte o tratando desesperadamente de encontrar la
salida a esa situación.
Ahora imaginemos por un instante
que pudieras llenar tu mente con otros pensamientos. No porque «finjas" decirte
a ti mismo que los pensamientos negativos ya no están ahí, ni porque «controles"
los pensamientos o sentimientos negativos, ni porque «suprimas" los
pensamientos negativos, ni nada por el estilo. Todo lo contrario. Podrías
llenar tu mente con otros pensamientos no porque seas capaz de erradicar estos
pensamientos negativos sino porque eliges
tener otros pensamientos.
Elegir tener otros pensamientos
¿Qué?, seguro que
estás diciendo ¿Elegir tener otros
pensamientos? ¿Cómo puedo elegir? Tengo que concentrarme en esos
pensamientos si tengo alguno de estos problemas, porque tengo que tratar de
resolverlos o superarlos. No tengo ninguna opción en este asunto hasta que el
problema se haya ido.
Para poder tener otros pensamientos,
necesitas abrir espacio en tu mente, ya que hay menos sitio si te concentras en
los pensamientos negativos. Si puedes conseguir que tu mente gire alrededor de
este concepto, habrás dado el primer paso.
A continuación, considera el
hecho de que si quieres resolver el problema, es probable que ya hayas hecho
todo lo que puedes hacer… al menos por hoy. Por lo tanto, seguir pensando en
ello no sirve para nada. Puede ser incluso que, de hecho, sea hasta una pérdida
de tiempo. Una pérdida de un tiempo valioso que podrías estar utilizando en
elegir hacer de tu día algo bueno, alegre y lleno de satisfacción.
La comodidad de recrearse en la
familiaridad de nuestro dolor
«¡Ah, no! –dices– Eso es imposible. Tengo un gran problema.
Tengo un terrible sufrimiento emocional. No puedo ser feliz»… ¿ves cómo tus
pensamientos divergentes ya están en el territorio del debo aferrarme a mi dolor? A veces, aferrarse al dolor, incluso
cuando ya han pasado 20 años desde aquel hecho doloroso, es algo que define al
individuo y por eso el individuo siente la necesidad de aferrarse a esa
definición. ¿Quién sería sin ese dolor?
Eckhard Tolle («El Poder del Ahora») se refiere a esto como el cuerpo del
dolor, un lugar donde nos gusta recrearnos, porque nos sentimos cómodos allí,
porque hemos estado antes allí muchas veces. Marcharse de allí, elegir otro
lugar, es realmente difícil, al menos al principio, porque implica salir de
nuestra zona de comodidad o de confort (ve también Saliendo
de tu Zona de Comodidad: Miedo a la Expresión Emotiva): salir de ese
lugar donde nos sentimos seguros para cruzar el umbral hacia nuevas formas de
vivir, donde podamos cambiar totalmente nuestra situación actual (lee también Viviendo
el ahora: Úsalo para enriquecer tu vida).
«Esto es una
locura –dices– Yo nunca me recreo
en mi dolor, en vez de buscar la forma de librarme de él. No soy masoquista. No
me gustan ni el dolor ni la preocupación».
Chris Griscom («Sanar Las Emociones») se refiere a ello
como cuerpo emocional, una parte de
nosotros que está tan atrapada en aquel lugar en el cual ha experimentado los
sentimientos más difíciles y dolorosos, que nos resulta extraordinariamente
difícil de limpiar, en otras palabras, salir de allí (lee también Entrando al presente: Dejando atrás el no
ser consciente).
Queda claro que este dolor
también causa mucho estrés. El Dr. David Servan-Schreiber («Curación sin Freud ni Prozac») afirma
que «en términos de mortalidad, el estrés constituye un factor de riesgo más
grave que el tabaco».
Fuera de la zona de la comodidad
y en el nuevo territorio
Bueno. Así que, aquí tienes tus
pensamientos de dolor y preocupación, por un lado, y la opción de llevar tus pensamientos
hacia otra parte, por otro. Al tomar esta decisión, entras en un nuevo
territorio. Entras en un lugar en el que nunca has estado antes, porque si tus
reacciones a veces han sido como las que he descrito en este artículo, entonces
posiblemente, nunca has elegido deliberadamente ir hacia pensamientos más alegres.
Así que, dales una oportunidad. ¿Qué tienes que perder?
Ahora viene la parte algo más
complicada. Los nuevos pensamientos que elijas deben significar algo para ti.
El solo hecho de pensar en el nuevo coche que te gustaría tener, o en una
película que viste anoche, probablemente no sirva. Una cosa muy útil para
convertir tus pensamientos es centrarte en algo que tenga significado en tu
vida, o en algo que dé sentido a tu vida, que sea independiente de otras
personas o de las circunstancias externas para su cumplimiento, es decir, que
esencialmente dependa de ti. Digamos, por ejemplo, que estás trabajando para
cambiar tu carrera profesional. Entonces, podrías imaginar que tu nueva carrera
te dará una enorme satisfacción (por eso la elegiste). (Lee también Buscando
un Significado Para tu Vida: Un Paso Importante Hacia la Libertad Personal).
Así que, piensa en ello. Piensa en lo que se siente cuando lo hayas conseguido.
Imagínatelo en todas sus facetas. Llena tu mente con la alegría y la
satisfacción que se siente cuando ya es una realidad. Imagínate que ya existe.
(Lee también Enfocar
Intencionadamente: Tu Felicidad, Tu Éxito y la Ley de la Atracción).
Para darle otro enfoque a tus
pensamientos también podrías hacer una pequeña lista de todas las cosas por las
que sientes gratitud… el ya famoso «Diario de Gratitud», el único elemento que,
de acuerdo con múltiples investigaciones llevadas a cabo sobre la felicidad por
universidades de la prestigiosa «Ivy League» norteamericana, contribuye tanto a
la obtención de mayores índices de felicidad en los individuos como a una mayor
duración de la misma.
¿Qué tienes que agradecer cuando
te encuentras en un momento «malo» de tu vida? Mucho. Puedes tener salud. Si
no, puedes tener a tu familia. Si no, puedes tener amigos maravillosos. Inteligencia,
belleza interior, sentido del humor, valentía, tu perro, tu casa, tus ojos
chispeantes, etc. ¿Y qué tal el sol que sale por la mañana y acaricia tus
mejillas? La lluvia que cuida de tu jardín; el sonido tan maravilloso del
viento al rozar las hojas de los árboles; el cachorro de la vecina, que te hace
sonreír; las caracajadas del chiquillo de la calle. Todas esas y muchas más son
cosas cotidianas que embellecen nuestras vidas y que te pueden dar un
sentimiento de gratitud. Elegir pensar en estas cosas es una manera segura de
hacerte sentir mejor.
También puedes pensar en el hecho
de que al aprender a hacer esto, aprendiendo a elegir tus pensamientos, no solo
ahora sino siempre, durante todo el día, todos los días, tu vida comienza a tener la oportunidad de estar llena de alegría por
voluntad propia, y no como consecuencia de las circunstancias; que tu vida
tendrá la oportunidad de estar estructurada de manera que tenga sentido y
plenitud, porque estás trabajando en el control de esas partes de ti mismo que
te mantienen hundido, a través de elegir pensamientos que te llevan en distinta
dirección. ¿No valdría esto su peso en oro? ¿No te daría un mayor grado de
libertad sobre tu dolor? ¿No merecería que le dedicases tiempo y le dieses una
oportunidad? Piensa lo siguiente: tu felicidad o tu forma de vivir plenamente ya
no dependerá de las circunstancias externas, sino de tu decisión interna de
elegir tus pensamientos, con el fin de mantener tu equilibrio interior.
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Una charla de Abril 2017 en Marbella, España, sobre el tema de la tortura de los pensamientos
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