Tuesday, November 24, 2015

Compasión: ¿solo por los hambrientos, o también por los que te hacen daño?


La mayoría de la gente no tiene ningún problema en entender cómo sentir compasión por las víctimas de la pobreza y el hambre en el tercer mundo, o incluso por aquellas personas en situaciones similares en otros países más ricos. Y está claro que la mayoría de la gente entiende la razón por la que empezaríamos incluso a albergar la idea de sentir compasión por las personas que están en tales apuros. Parece lo normal, humano y caritativo que sentir, ¿no? Esto puede incluso conducir a muchas de las personas que sienten esa compasión a emprender realmente algo tangible que pudiera aliviar la carga que soportan los que sufren la pobreza, el hambre, la persecución, el no tener un hogar, etc.

Parejas que hacen daño, engañan o mienten

A menudo los clientes que acuden a mi consulta por primera vez gastan cantidades desmesuradas de energía en contarme durante la primera sesión cuánto daño les ha hecho su pareja, compañero o cónyuge, o cuánto les han engañado, mentido, decepcionado, manipulado, abandonado o cuándo han cambiado de forma de ser, por nombrar solo algunos. Y por supuesto, se supone que tengo que mostrar empatía con su situación y ver fundamentalmente que la otra parte es alguien que no puede definirse sino en términos incalificables.

Una pareja es cosa de dos

En este momento suelo intervenir para dar la opinión de que las relaciones son en efecto cosa de dos (así que si tu pareja te hizo tal o cual cosa, por ejemplo, ¿por qué lo dejaste seguir durante tanto tiempo?) y que, además, cualquiera que fuera el «crimen sentimental» que hubiese «cometido» realmente la otra parte, tu pareja merece también algo de compasión, porque ¿cómo saber lo que le ha podido ocurrir en su vida hasta ese punto (y sobre todo, en su vida temprana) para que llegara a comportarse tan vilmente?

Aquí es cuando me llevo, en ocasiones, una mirada torva. Pero a menudo veo también un atisbo de comprensión, e incluso de acuerdo. A veces pienso que es la manera que ellos tienen de calmar sus propios pensamientos de enfado con ellos mismos por haber llegado a enamorarse de esa persona, o su modo de justificarse a sí mismos que a su parecer había algo de maravilloso al principio —como, de hecho, tiende a haberlo (consulta el artículo de mi
boletín de abril de 2006 sobre las relaciones comprometidas)— y que, por lo tanto, no hace falta que se vean a sí mismos como unos completos desastres en cuestiones de parejas por haber elegido tan mal. Claro que no. Pero también hay que considerar otras cosas.

El cómo y el porqué del asunto

La razón por la que podríamos sentir compasión por alguien que nos ha hecho daño parece ser fácil de entender. Ese alguien puede haberse convertido en como es ahora o, dicho de otro modo, en esa manera despreciable de portarse con nosotros debido, como se mencionó anteriormente, a traumas difíciles de la infancia, tal vez debido a patrones sentimentales dolorosos experimentados antes de que nos conocieran, o a una infinidad de motivos plausibles que nos podrían permitir ver un poco de luz sobre su forma de ser interna.

Pero ¿cómo hacemos para sentir esta compasión cuando lo que realmente nos gustaría es retorcerles el pescuezo o no dejarles ver a los niños nunca más, o darles lo que merecen y dejarlos sin un céntimo, o hacerles pagar de alguna otra forma que de verdad les haga darse cuenta del daño que nos han hecho?

¿Cómo podemos encontrar dentro de nosotros algo de compasión que mostrar, cuando no cabe duda de que esas personas son absolutamente despreciables? Son personas que quizá nos hayan hecho más daño que nadie. Deliberadamente. De manera odiosa y brutal. Una traición de esta naturaleza, donde una vez hubo amor y ahora solo hay oscuridad, es tal vez más difícil de abordar que cualquier otro tipo de traición, porque la vemos desde una postura de actitud premeditada por parte de la otra persona. Querían hacernos daño. Lo hicieron a sabiendas.

Encontrar el camino a la compasión reflejado en la imagen propia de cada uno

Aunque las principales religiones dedican gran parte del tiempo a predicar la compasión, la religión no es, bajo ningún concepto, el único método de encontrar tu camino hacia la compasión. El primer paso, me aventuraría a decir, sería más bien mirarte a ti mismo. Ver lo que hay en tu interior. Llegar a conocerte a ti mismo, tus intenciones, tus deseos, tus necesidades, tus miedos, tus vanidades, tu orgullo, tu ego, tus prioridades, tu paciencia y en qué medida eres consciente de ti mismo.

Consciencia de sí mismo y responsabilidad

Ser consciente de ti mismo es algo complicado. Si no lo eres, en general no sabes que no lo eres, y cuando empiezas a serlo se te olvida una y otra vez hasta que haces de ello una disciplina: una disciplina de forzarte a ser consciente de ti mismo en tantos momentos de tu vida como sea posible. Sólo entonces podrá suceder que se convierta en un acto reflejo y que, de este modo, seas consciente de ti mismo en casi todo momento. Esto implica que empiezas a asumir responsabilidad de todo lo que sientes, piensas y haces (consulta mi boletín de febrero de 2006: 
Tomando responsabilidad de ti mismo), y al asumir la responsabilidad de todo eso, empiezas a entender que lo que te ha hecho a ti otra persona es su responsabilidad, su problema, su asunto que resolver, y que por mucho que despotriques y ansíes vengarte, nunca podrás cambiar a esa persona. Sólo puedes cambiarte a ti mismo. Al absorber la verdad de esta afirmación, empezamos a entender que lo que otros nos hacen sólo es verdaderamente interesante e importante desde el punto de vista de cómo reaccionamos a las palabras o actos.

Cómo reaccionamos depende en gran medida de lo conscientes que somos de nosotros mismos. Y en este punto es donde entra en escena la posibilidad de la compasión. Cuanto más consciente eres de ti mismo, mejor sabes que tienes elecciones y alternativas a cada paso del camino. Por lo tanto, empiezas a entender que una persona que te ha hecho daño (hacer daño a los demás por lo general implica, entre otras cosas, miedo por parte del que hace daño: miedo a sentirse inseguro, miedo al caos, miedo a perder el control, etc., pero este es un tema para otro artículo) lo ha hecho a ciegas, no siendo consciente de sí mismo.

Pero cuidado: no estoy sugiriendo que simplemente excusemos a todas estas personas y digamos «bueno, no sabían lo que estaban haciendo, así que no pasa nada». Claro que pasa algo. Pero como ahora eres capaz de entender de dónde vienen —o sea, sabes que iban a ciegas— ahora puedes sentir compasión. Cómo resuelvan sus propios asuntos que causaron este comportamiento por su parte es problema de ellos. Tal vez querrás ofrecer tu apoyo ayudándoles a esclarecerlo, o tal vez no. Pero, mientras tanto, has resuelto un asunto propio de gran envergadura mirándote a ti mismo, decidiendo llegar a ser consciente de ti mismo y eligiendo el camino de la compasión en lugar del de la ira, el odio, la autocompasión o la venganza. (Para saber más sobre
emociones destructivas, consulta el libro por Daniel Goleman en el que colaboran psicólogos occidentales, neurocientíficos, filósofos y especialistas budistas).

La compasión por los demás tiene de hecho un efecto dominó. Pruébala y observa lo que ocurre… no sólo con los demás, sino sobre todo dentro de ti.

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Friday, November 13, 2015

¿Has reconocido los símbolos que hay en tu vida?


El simbolismo de una vida puede estar lleno de riqueza, pero si eres incapaz de verlo o si no entiendes cuáles podrían ser los símbolos o cuál podría ser su significado, no solo tu vida será mucho más pobre, sino que carecerá de un sentido e importancia que de otro modo podría tejerse y elaborarse minuciosamente de forma gradual a lo largo de los años, al igual que los tejedores de alfombras y tapices de la antigüedad se pasaban una vida entera creando una o dos obras maestras.

Los símbolos de la vida de un individuo le hablan a una parte que va mucho más allá del ego. Los símbolos están en comunión con el yo eterno. Los símbolos son el lenguaje del alma y pueden mostrarle al individuo que está abierto a ellos y a su importancia una riqueza de propósito y significado donde otro individuo, ciego ante las implicaciones simbólicas, solamente vería penurias, dolor y sufrimiento.

Aunque los símbolos no solo están relacionados con las penurias y el sufrimiento, no obstante es cierto que es precisamente en esas parcelas donde los símbolos pueden marcar la mayor diferencia en cuanto a la manera en que un individuo es capaz de percibir los acontecimientos de una vida… no sólo a posteriori, sino también en el momento en que están sucediendo esos acontecimientos.

El simbolismo no solo es un campo oscuro y arcano del conocimiento que se pasó de moda en nuestro mundo de todo al instante y que encontramos en los cuentos de hadas, las fábulas, la religión y la mitología, sino que el simbolismo también es la riqueza y la esencia central de una vida interior bien vivida que tiene que ver ella misma con el sentido y propósito, más que con los acontecimientos reales.

Las herramientas que podemos usar aquí se encuentran fácilmente en multitud de fuentes. Al célebre mitólogo Joseph Campbell, que también se empapó del simbolismo junguiano, le preguntaron una vez por qué en la mitología había tantas historias sobre el héroe. Su respuesta fue: porque eso es sobre lo que merece la pena escribir. Incluso en las novelas populares, el protagonista principal es un héroe o una heroína que ha hallado o ha hecho algo más allá del alcance normal del logro y la experiencia. Un héroe es alguien que ha entregado su vida a algo más grande que uno mismo.

Evidentemente, puesto que esto se aplica a la vida de cualquier persona y no sólo al Parsifal de El Santo Grial o a otros héroes míticos y épicos, esta herramienta de conocimiento del simbolismo del viaje del héroe es útil para el individuo que se interesa en comprender lo que simbolizarían los acontecimientos de su vida. En ese sentido resulta muy útil recibir una educación clásica, ya que te prepara —si es que tienes esa inclinación— para esta forma de introspección simbólica.

Sin embargo, la educación no necesariamente es un prerrequisito para comprender y reconocer los símbolos que hay en la vida de uno. Independientemente de la buena que haya sido la educación de una persona, si el corazón y el ojo interior no han sido abiertos ante la vida que yace más allá del ego y ante la personalidad que no es el ego, entonces habrá grandes dificultades para reconocer todo tipo de acontecimientos simbólicos que ocurran en la vida. Por lo tanto, una herramienta importante es abrir ese ojo interior, o estar bien dispuesto a escuchar la voz interior —la intuición— que tan a menudo es acallada, rechazada, despreciada o ignorada.

Sin comprender los símbolos de una vida, se pierde mucho. Uno debe incluso hacer la pregunta: en ese caso, ¿de qué se trataba?

Ir más allá del ego para adentrarse en ese espacio interior, ese campo al que se refiere Rumi, no es lo más fácil de hacer mientras uno no haya experimentado realmente la riqueza que aporta:

Más allá del bien y el mal existe un campo. Allí nos encontraremos.

Debido a esa dificultad inherente —humana— para ir más allá del ego, para separarse en el sentido budista de la palabra, aunque con la salvedad de que la vida en el mundo debe continuar, y la participación total en el mundo debe continuar. Si no, ¿de qué se trataba? Como puedes ver, aquí hay un dilema. Debe existir la conexión interna al núcleo, al yo eterno, al alma. Para que esto suceda, el ego debe verse como una mera vestidura. Sin embargo, también debe existir la conexión externa, pero la conexión externa no debe tener la última palabra: es la herramienta que sirve para poner a punto todo lo demás, y para que eso ocurra, la conexión interna debe permanecer bajo control o, por lo menos, la personalidad debe acordarse de visitarla con frecuencia con el fin de usar su entendimiento intuitivo de los símbolos para comprender los acontecimientos que tienen lugar en el nivel externo.

Si no has venido reconociendo los símbolos que hay en tu vida o si los has vislumbrado ocasionalmente y has decidido no mirarlos con más detenimiento, te animo a que lo hagas ahora, para familiarizarte más con ellos, para empezar a comprender la riqueza con la que pueden embellecer tu vida y la profundidad de entendimiento que pueden darle a los sucesos más pequeños, ordinarios y cotidianos, y ello con el fin de que a tu núcleo interno se le conceda la oportunidad de viajar —en el conocimiento, el crecimiento y la evolución— al lugar al que siempre quiso.

Imagen: Anillo con sello egipcio

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Tuesday, November 10, 2015

¿Te cuesta amarte a ti mismo? Echa un vistazo a tus límites


A juzgar por gran parte de lo que se puede leer hoy sobre autoayuda, por los clientes que acuden a mi consulta y por los típicos sucesos de actualidad relacionados con la gente, sus relaciones y su dolor, parece que amarse a sí mismo es una de las cosas más difíciles de hacer para la mayoría de nosotros.
No es una cuestión de gran prioridad
En general, amarse a sí mismo no es que ocupe los primeros puestos de nuestra lista de prioridades, y tampoco es algo que nos inculquen a medida que crecemos. Solo cuando hayas empezado darte cuenta de que ese amor por ti mismo podría ser precisamente una de las cosas que te están reprimiendo, y cuando hayas empezado a tratar de trabajar en ello, solo entonces te das cuenta de lo potencialmente difícil que es conseguirlo. Hay muchas razones por las que no nos amamos a nosotros mismos, y si bien la mayoría son puros mitos, a menudo creemos en ellas firmemente. A continuación enumero solo algunas de estas razones: 
  • No hay nada de adorable en mí
  • Soy una mala persona
  • Amarme a mí mismo es pecado
  • Amarme a mí mismo es egoísta
  • La Biblia dice que amarás a tu prójimo
  • He pasado tanto tiempo no amándome que no sé por dónde empezar
  • Estoy muy avergonzado de mí mismo
  • ¿Cómo puedo amarme a mí mismo si no me gusto?
  • Me da mucho miedo amarme a mí mismo
  • Duele mucho amarme a mí mismo
  • No soy lo suficientemente bueno para amarme a mí mismo
  • Mi madre/padre/pareja me dijo que soy inútil / despreciable / estúpido / torpe / _____ (rellena el hueco)
  • No lo merezco
  • Me amaré a mí mismo cuando me asciendan, cuando pierda 10 kilos, cuando gane un millón, cuando consiga que él/ella me quiera, etc.
¿Cómo llegaste a este punto?
Volvamos atrás por un momento. ¿Cómo llegaste a este lugar donde te ves como antipático o con miedo a amarte a ti mismo, etc.? ¿Naciste así? Mira a un bebé. Puede que grite cuando quiere comida o está incómodo, pero ¿no dirías que cuando lo hace está manifestando su creencia suprema en su derecho a ser alimentado o consolado? Y eso ¿quién lo hace? Solo alguien que cree por instinto (ni siquiera estamos hablando aquí de ser racionales, sino meramente instintivos) que el bebé se cree adorable (para más información sobre nuestros instintos y la base neurológica de la que derivan, consulta mi boletín de mayo de 2006: Presentando Nuestro Segundo y Tercer Cerebro). Cuando un niño pequeño se acerca a tu rodilla, pone sus manos pegajosas en tu ropa y te mira a los ojos con confianza, cree que tiene el derecho de estar allí y, por lo tanto, cree que es adorable.
Límites sanos… ¿y eso qué es?
Pero ¿qué ocurre cuando al bebé no se le alimenta o no se le consuela y simplemente se le ignora hasta que se pone a llorar sin parar y luego se queda dormido? O cuando le gritan, le apartan y le dicen de manera inequívoca que no le quieren allí porque está sucio, porque da asco o porque es malo. No voy a entrar en los cientos de escenarios, más o menos disfuncionales, porque muchos de ellos se dan incluso en hogares que describiría como estupendos, porque probablemente seas consciente del tuyo propio o, por lo menos, has oído hablar de muchos de los escenarios que tienen como resultado una falta de autoestima, un miedo a ser tú, una falta de dignidad y autoconfianza, etc.

Adelantémonos unos años. Ahora tienes un niño-muchacho-adolescente-joven adulto que tiene dificultades para decir lo que quiere. O lo que prefiere. O la opinión que tiene acerca de un tema concreto. O lo que siente. Y como este individuo tiene dificultades para decir cosas de esta naturaleza, permite a otros decir o hacer cosas que no están bien, que son inaceptables o quizá que simplemente hay algo en ello que no están bien del todo; pero, en todo caso, se está permitiendo algo que no está bien. Todo eso describe el comportamiento de una persona con límites deficientes en lugar de sanos. Y antes de que saltes a por mí, aquí no estoy hablando necesariamente de maltrato extremo, puede ser mucho menos, incluso simplemente algo que la primera persona percibe. Este comportamiento proviene parcialmente de su suposición de que si dice lo que quiere o prefiere, etc. (en vez de lo que dice la otra persona), no obtendrá lo que más quiere: amor y aprecio, ese elemento que era de alguna manera una pieza que faltaba cuando era pequeño; así que decide que es mejor no decir nada, porque así podría obtener al menos algo de amor, o una pizca de amor (consulta también mi boletín de julio de 2007: Inaccesibilidad Emocional).
Así pues, tenemos ahora a una persona con baja autoestima, con falta de autoamor o respeto, por lo que tenemos una persona con límites deficientes. Y esto, por supuesto, perdura hasta que la persona sea adulta, siempre que no se reconozca y se aborde como un asunto no resuelto. El daño causado en el desarrollo de la vida de la persona en cuestión puede ser incalculable. Su falta de creencia en sí misma o su falta de amor por sí misma la perpetúan las personas que subconscientemente se elige que participen en esa vida, porque ellas son precisamente la clase de personas capaces de representar el tipo de comportamiento del que deberían hablar o al que deberían oponerse las personas con límites deficientes, y sin embargo no lo hacen.

Heridas, dolor y el “cuerpo de dolor”

Casi todos tenemos heridas de la infancia o de la niñez. Incluso si tuvimos padres ejemplares. Algo nos sucedió a casi todos nosotros. Y sean las que fuesen las heridas (podría escribir una serie completa de artículos solo sobre heridas), nos provocan dolor. A menudo esto no sucede a un nivel consciente. Solo lo sentimos cuando lo vuelve a desencadenar o activar alguien en nuestra vida adulta, una persona que no tiene nada que ver en apariencia con la persona original que engendró la herida, pero esta persona en la vida actual de alguna manera activa el dolor, porque esa persona es un gancho excelente para lo que nos haya hecho aquella otra persona de la infancia o niñez para habernos causado la herida. En otras palabras, la persona de ahora provoca reacciones en nosotros que son similares a la manera en que podríamos haber reaccionado antes en la vida cuando nos enfrentábamos con el dolor. Y entonces a lo mejor aguantamos algo solo para que se nos aceptara o se nos amara, incluso si hacerlo significaba que nos hacía sentir fatal. Se convierte en un círculo vicioso.

Dado que existe esa afinidad en el sentimiento, estamos familiarizados con él. Lo conocemos. Nos lleva en la dirección del dolor, y así lo volvemos a vivir una y otra vez. Básicamente, lo que sucede es que nuestra psique nos está intentando guiar hacia una resolución de la herida, pero a menos que nos hagamos conscientes de lo que está pasando, nuestras posibilidades de resolverlo son escasas. Y así nos dejamos llevar por la familiaridad y afinidad del dolor que conocemos. Eckhart Tolle le llama a esto el cuerpo de dolor. Chris Griscom lo llama el cuerpo emocional. Ambos escritores dicen cosas muy similares al respecto: nos revolcamos en el dolor porque nos seduce, se queda pegado a nosotros, vamos en su dirección, en vez de irnos corriendo, porque lo conocemos. Nos llama de una manera muy poderosa y cuando el comportamiento de alguien desencadena una reacción de nuestra niñez debido a una herida que habíamos recibido entonces, solemos caminar en la dirección de ese dolor. Mantenemos aquellos limites malsanos y disfuncionales, casi de la misma manera que un niño llora por la noche, dolido, pero encontrando algo de consuelo en el acto de llorar.

Observa, sin embargo, que aunque estoy apuntando hacia el pasado para que entiendas el origen de los límites mal trazados, no estoy sugiriendo en absoluto que pases ningún tiempo allí para averiguar hechos concretos de esos tiempos. Eso no llega a tener la misma importancia que tiene el que cambies tu comportamiento actual en tu favor para que puedas empezar a amarte y respetarte a ti mismo.

Usar tus sentimientos para encontrar el camino hacia los límites sanos

Queda claro que los límites son un asunto importante y que todo aquel que no los tiene sanos debe aprender a establecerlos. Algunas de las maneras en que se puede hacer se describen en un artículo previo:¿Hay Falta de Limites en tu Relación de Pareja?

Pero hay otra variante sobre el tema. Empieza por calibrar cómo te sientes cuando se te dicen o hacen ciertas cosas. Tú sabes cuándo te sientes bien y cuando no. Las veces que no te sientes bien tras un determinado comportamiento de alguien, son las veces en que debes de tomar el toro por los cuernos. Utiliza tus sentimientos como barómetro para corregir según haga falta. (Ver también El Barómetro Energético: Conseguir que la Conexión Cuerpo-Mente te dé Resultados). Ojo, no se trata de corregir el comportamiento del otro. Ojala eso suceda. Lo que quiero animarte a hacer es a corregir tu propio comportamiento. En otras palabras, empieza por decir algo. Empieza por indicar que lo que se acaba de hacer o decir no es aceptable. Empieza por indicar en términos tajantes (esto se puede hacer con cortesía y tranquilidad), que cuando se te trata así o cuando se te habla de tal modo, te sientes denigrado, o enfadado, o triste, o lo que sea. Indica claramente que no quieres que se te vuelva a tratar así, ni que se te vuelva a hablar de ese modo. Y escoge una consecuencia que pondrás en práctica en el caso de que se repita el comportamiento, es decir, si se ignora tu deseo manifiesto. Es muy importante que elijas una consecuencia que seas capaz de poner en práctica (no digas que pondrás fin a la relación si sientes que no podrás hacerlo), y que sea una consecuencia que te moleste menos a ti o que provoque menos secuelas en tu vida que a la otra persona. No se trata de un castigo ni de un ultimátum. Es una consecuencia que surge a raíz del hecho de que alguien no está respetando tus límites.

Lo que intentas hacer con todo esto es no solamente conseguir que la otra persona entienda que ya no tolerarás o aceptarás su comportamiento, sino también algo más importante: te estás mostrando a ti mismo –quizás por primera vez en tu vida– que mereces decir las cosas que te atañen, que tu respeto hacia ti es más importante que ser aceptado o amado o aprobado por otro, sin importar quién. No pretendo insinuar que esto sea fácil. Tampoco pretendo insinuar que puede suceder todo de un golpe, o que, en el caso de que te salga bien una vez, te volverá a salir bien en lo sucesivo. Esto es, como tantas otras cosas en la vida, una curva de aprendizaje. Pero te prometo una cosa: si empiezas a hacer de esto un hábito –usando tus sentimientos como barómetro– empezarás a sentirte mejor contigo mismo. Empezarás a fortalecerte y a amarte a ti mismo. Y eso vale oro y te hace avanzar otro paso por el camino hacia la libertad interior.

Nota: hay muchas más manifestaciones de no amarse a uno mismo; tener límites deficientes sólo es una de ellas. En un futuro puede que cuelgue un artículo sobre otras maneras en que esto aparece en la vida de un individuo.

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