A juzgar por gran parte de
lo que se puede leer hoy sobre autoayuda, por los clientes que acuden a mi
consulta y por los típicos sucesos de actualidad relacionados con la gente, sus
relaciones y su dolor, parece que amarse a sí mismo es una de las cosas más
difíciles de hacer para la mayoría de nosotros.
No es una cuestión de gran prioridad
En general, amarse a sí mismo no es que ocupe los primeros puestos
de nuestra lista de prioridades, y tampoco es algo que nos inculquen a medida
que crecemos. Solo
cuando hayas empezado darte cuenta de que ese amor por ti mismo podría ser
precisamente una de las cosas que te están reprimiendo, y cuando hayas empezado
a tratar de trabajar en ello, solo entonces te das cuenta de lo potencialmente
difícil que es conseguirlo. Hay muchas razones por las que no nos amamos a nosotros mismos, y si bien la
mayoría son puros mitos, a menudo creemos en ellas firmemente. A continuación
enumero solo algunas de estas razones:
- No hay nada de adorable en mí
- Soy una mala persona
- Amarme a mí mismo es pecado
- Amarme a mí mismo es egoísta
- La Biblia dice que amarás a tu prójimo
- He pasado tanto tiempo no amándome que no sé por dónde empezar
- Estoy muy avergonzado de mí mismo
- ¿Cómo puedo amarme a mí mismo si no me gusto?
- Me da mucho miedo amarme a mí mismo
- Duele mucho amarme a mí mismo
- No soy lo suficientemente bueno para amarme a mí mismo
- Mi madre/padre/pareja me dijo que soy inútil / despreciable / estúpido / torpe / _____ (rellena el hueco)
- No lo merezco
- Me amaré a mí mismo cuando me asciendan, cuando pierda 10 kilos, cuando gane un millón, cuando consiga que él/ella me quiera, etc.
¿Cómo llegaste a este punto?
Volvamos atrás por un
momento. ¿Cómo llegaste a este lugar donde te ves como antipático o con miedo a
amarte a ti mismo, etc.? ¿Naciste así? Mira a un bebé. Puede que grite cuando
quiere comida o está incómodo, pero ¿no dirías que cuando lo hace está
manifestando su creencia suprema en su derecho
a ser alimentado o consolado? Y eso ¿quién lo hace? Solo alguien que
cree por instinto (ni siquiera estamos hablando aquí de ser racionales, sino
meramente instintivos) que el bebé se cree adorable (para más información sobre
nuestros instintos y la base neurológica de la que derivan, consulta mi boletín
de mayo de 2006: Presentando
Nuestro Segundo y Tercer Cerebro). Cuando
un niño pequeño se acerca a tu rodilla, pone sus manos pegajosas en tu ropa y
te mira a los ojos con confianza, cree que tiene el derecho de estar allí y,
por lo tanto, cree que es adorable.
Límites sanos… ¿y eso qué es?
Pero ¿qué ocurre cuando al bebé no se le alimenta o no se le consuela y
simplemente se le ignora hasta que se pone a llorar sin parar y luego se queda
dormido? O cuando le gritan, le apartan y le dicen de manera inequívoca que no
le quieren allí porque está sucio, porque da asco o porque es malo. No voy a
entrar en los cientos de escenarios, más o menos disfuncionales, porque muchos
de ellos se dan incluso en hogares que describiría como estupendos, porque
probablemente seas consciente del tuyo propio o, por lo menos, has oído hablar
de muchos de los escenarios que tienen como resultado una falta de autoestima,
un miedo a ser tú, una falta de
dignidad y autoconfianza, etc.
Adelantémonos unos años. Ahora
tienes un niño-muchacho-adolescente-joven adulto que tiene dificultades para
decir lo que quiere. O lo que prefiere. O la opinión que tiene acerca de un
tema concreto. O lo que siente. Y como este individuo tiene dificultades para decir cosas de esta naturaleza, permite
a otros decir o hacer cosas que no están bien, que son inaceptables o quizá que
simplemente hay algo en ello que no están bien del todo; pero, en todo caso, se está permitiendo algo que
no está bien. Todo eso describe el comportamiento de una persona con límites
deficientes en lugar de sanos. Y antes de que saltes a por mí, aquí no estoy
hablando necesariamente de maltrato extremo, puede ser mucho menos, incluso
simplemente algo que la primera persona percibe.
Este comportamiento proviene parcialmente de su suposición de que si dice lo
que quiere o prefiere, etc. (en vez de lo que dice la otra persona), no
obtendrá lo que más quiere: amor y aprecio, ese elemento que era de alguna
manera una pieza que faltaba cuando era pequeño; así que decide que es mejor no
decir nada, porque así podría obtener al menos algo de amor, o una pizca de
amor (consulta también mi boletín de julio de 2007: Inaccesibilidad
Emocional).
Así pues, tenemos ahora a una persona con baja autoestima, con falta de autoamor o respeto, por lo que tenemos una
persona con límites deficientes. Y esto, por supuesto, perdura hasta que la
persona sea adulta, siempre que no se
reconozca y se aborde como un asunto no resuelto. El daño causado
en el desarrollo de la vida de la persona en cuestión puede ser incalculable. Su
falta de creencia en sí misma o su falta de amor por sí misma la perpetúan las
personas que subconscientemente se elige que participen en esa vida, porque
ellas son precisamente la clase de
personas capaces de representar el tipo de comportamiento del que
deberían hablar o al que deberían oponerse las personas con límites
deficientes, y sin embargo no lo hacen.
Heridas, dolor y el “cuerpo de
dolor”
Casi todos
tenemos heridas de la infancia o de la niñez. Incluso si
tuvimos padres ejemplares. Algo nos sucedió a casi todos nosotros. Y sean las
que fuesen las heridas (podría escribir una serie
completa de artículos solo sobre heridas), nos provocan dolor. A menudo
esto no sucede a un nivel consciente. Solo lo sentimos cuando lo vuelve a
desencadenar o activar alguien en nuestra vida adulta, una persona que no tiene
nada que ver en apariencia con la persona original que engendró la herida, pero
esta persona en la vida actual de alguna manera activa el dolor, porque esa persona es un gancho excelente para lo que
nos haya hecho aquella otra persona de la infancia o niñez para habernos
causado la herida. En otras palabras, la persona de ahora provoca reacciones en
nosotros que son similares a la manera en que podríamos haber reaccionado antes
en la vida cuando nos enfrentábamos con el dolor. Y entonces a lo mejor
aguantamos algo solo para que se nos aceptara o se nos amara, incluso si
hacerlo significaba que nos hacía sentir fatal. Se convierte en un círculo
vicioso.
Dado que
existe esa afinidad en el sentimiento, estamos familiarizados con él. Lo
conocemos. Nos lleva en la dirección del dolor, y así lo volvemos a vivir una y
otra vez. Básicamente, lo que sucede es que nuestra psique nos está intentando
guiar hacia una resolución de la herida, pero a menos que nos hagamos
conscientes de lo que está pasando, nuestras posibilidades de resolverlo son
escasas. Y así nos dejamos llevar por la familiaridad y afinidad del dolor que
conocemos. Eckhart Tolle le llama a esto
el cuerpo de dolor. Chris Griscom lo
llama el cuerpo emocional. Ambos escritores dicen cosas muy
similares al respecto: nos revolcamos en el dolor porque nos seduce, se queda
pegado a nosotros, vamos en su dirección, en vez de irnos corriendo, porque lo
conocemos. Nos llama de una manera muy poderosa y cuando el comportamiento de alguien
desencadena una reacción de nuestra niñez debido a una herida que habíamos
recibido entonces, solemos caminar en la dirección de ese dolor. Mantenemos
aquellos limites malsanos y disfuncionales, casi de la misma manera que un niño
llora por la noche, dolido, pero encontrando algo de consuelo en el acto de
llorar.
Observa, sin
embargo, que aunque estoy apuntando hacia el pasado para que entiendas el
origen de los límites mal trazados, no estoy sugiriendo en absoluto que pases ningún
tiempo allí para averiguar hechos concretos de esos tiempos. Eso no llega a
tener la misma importancia que tiene el que cambies tu comportamiento actual en
tu favor para que puedas empezar a amarte y respetarte a ti mismo.
Usar tus sentimientos para encontrar
el camino hacia los límites sanos
Queda claro
que los límites son un asunto importante y que todo aquel que no los tiene
sanos debe aprender a establecerlos. Algunas de las maneras en que se puede
hacer se describen en un artículo previo:¿Hay Falta de Limites en tu Relación de Pareja?
Pero hay
otra variante sobre el tema. Empieza por calibrar cómo te sientes cuando se te
dicen o hacen ciertas cosas. Tú sabes cuándo te sientes bien y cuando no. Las
veces que no te sientes bien tras un determinado comportamiento de alguien, son
las veces en que debes de tomar el toro por los cuernos. Utiliza tus
sentimientos como barómetro para corregir según haga falta. (Ver también El Barómetro Energético: Conseguir
que la Conexión Cuerpo-Mente te dé Resultados). Ojo, no se trata de corregir el
comportamiento del otro. Ojala eso suceda. Lo que quiero animarte a hacer es a corregir
tu propio comportamiento. En otras palabras, empieza por decir algo. Empieza
por indicar que lo que se acaba de hacer o decir no es aceptable. Empieza por
indicar en términos tajantes (esto se puede hacer con cortesía y tranquilidad),
que cuando se te trata así o cuando se te habla de tal modo, te sientes
denigrado, o enfadado, o triste, o lo que sea. Indica claramente que no quieres
que se te vuelva a tratar así, ni que se te vuelva a hablar de ese modo. Y
escoge una consecuencia que pondrás en práctica en el caso de que se repita el
comportamiento, es decir, si se ignora tu deseo manifiesto. Es muy importante
que elijas una consecuencia que seas capaz de poner en práctica (no digas que pondrás
fin a la relación si sientes que no podrás hacerlo), y que sea una consecuencia
que te moleste menos a ti o que provoque menos secuelas en tu vida que a la
otra persona. No se trata de un castigo ni de un ultimátum. Es una consecuencia
que surge a raíz del hecho de que alguien no está respetando tus límites.
Lo que
intentas hacer con todo esto es no solamente conseguir que la otra persona
entienda que ya no tolerarás o aceptarás su comportamiento, sino también algo
más importante: te estás mostrando a ti mismo –quizás por primera vez en tu
vida– que mereces decir las cosas que te atañen, que tu respeto hacia ti es más
importante que ser aceptado o amado o aprobado por otro, sin importar quién. No
pretendo insinuar que esto sea fácil. Tampoco pretendo insinuar que puede
suceder todo de un golpe, o que, en el caso de que te salga bien una vez, te
volverá a salir bien en lo sucesivo. Esto es, como tantas otras cosas en la
vida, una curva de aprendizaje. Pero te prometo una cosa: si empiezas a hacer
de esto un hábito –usando tus sentimientos como barómetro– empezarás a sentirte
mejor contigo mismo. Empezarás a fortalecerte y a amarte a ti mismo. Y eso vale
oro y te hace avanzar otro paso por el camino hacia la libertad interior.
Nota: hay muchas más manifestaciones de no
amarse a uno mismo; tener límites deficientes sólo es una de ellas. En un
futuro puede que cuelgue un artículo sobre otras maneras en que esto aparece en
la vida de un individuo.
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